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Curaba como un dios y follaba como un diablo

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En Galicia se habla mucho de las meigas (brujas), pero muy poco de los meigos (brujos), en Curro de Arriba, una aldea cercana a la mía, había uno, se llamaba Jesús, pero lo apodaban El Sanalotodo porque curaba desde un reumatismo a una disfunción eréctil, pasando por un catarro o una frigidez femenina.  De una frigidez femenina que curó va este relato.

Tenía Elvira por aquel entonces 26 años. Medía un metro cincuenta y dos centímetros y pesaba sesenta Kilos. Su cabello pelirrojo era corto y rizado, de tetas andaba sobrada, sus piernas y sus caderas eran anchas, su cintura marcada, su culo era gordo y era guapa.

Elvira quería a su marido y tenía miedo a perderlo por no correrse con él, ya que el hombre se sentía frustrado.

El día era un día de perros. Tronaba una cosa mala. De cuando en vez los rayos devolvían la luz que las nubes negras le habían robado al día. Llovía a Dios dar aguas cuando Elvira llegó a la casa del brujo bajo un paraguas y calada hasta los huesos, ya que con el viento el paraguas se había dado la vuelta varias veces. Llamó a la puerta. Un rayo iluminó la cara del brujo cuando la abrió. Se impresionó al verlo. Era de complexión fuerte, su nariz era aguileña, sus labios gruesos y era más largo que un día sin pan. Su cabello blanco le caía por los hombros y su barba blanca acabada en punta debía medir más de treinta centímetros. Vestía una túnica negra y calzaba unas pantuflas del mismo color. Le dijo:

-Pasa, Elvira.

No le extrañó que supiera su nombre, era un brujo. Entró. La casa solo tenía un hueco, donde estaba la cocina de piedra, el comedor, con una mesa y dos sillas, dos arcas arrimadas a la pared y la cama, que era un catre de hierro inmenso y pintado de negro. La casa tenía un hueco y una sola ventana.

El brujo, serio cómo un garrote le señaló una silla, y le dijo:

-Siéntate.

Se sentó, el brujo echó un líquido verde en un vaso y se lo dio.

-Bebe.

Lo olió. Olía a menta. Bebió un trago. Aquel líquido quemaba por dentro.

-Sí, quema -dijo respondiéndole a lo que le iba a decir, y sí, es para desinhibirte. Bébelo todo.

Lo bebió todo y se puso de un contento. ¡Qué contenta se puso! Hasta le entraron ganas de cantar.

-Desnúdate y pon la ropa a secar. Sí, es necesario, si quieres que cure tu frigidez y no quieres agarrar una pulmonía -dijo de nuevo leyendo su pensamiento.

Desnudándose vio en un saliente de la pared un mochuelo que la miraba con sus grandes ojos y ladeaba la cabeza. El brujo echó dos troncos al fuego. Miró para sus grandes tetas con areolas color carne y pequeños pezones y para su coño con pelo pelirrojo y rizado, y le dijo:

-Ponte delante de la cocina y estira los brazos hacia arriba.

Hizo lo que le dijo. El brujo se colocó detrás de ella y le vendó los ojos. Sintió sus pasos alejándose y después el ruido de un tarro al abrirse, luego sintió cómo sus manos untadas con alguna clase de crema perfumada masajeaban sus brazos, sus axilas y su cuello. Le bajó los brazos y masajeó sus hombros, su espalda, sus caderas, sus nalgas, sus piernas y sus pies. Después pasó su mano entre las nalgas y se centró en jugar con uno de sus dedos en el ojete. Elvira no sabía si los jugos de su coño le llegaban a los tobillos o no, pero los sentía bajar por sus piernas. Estaba disfrutando de unas sensaciones que pensó que eran lo que le decían correrse. Algo después el brujo paró y le dijo:

-Date la vuelta.

Se dio la vuelta y le pasó las manos por la cara, masajeó sus tetas, su vientre, sus piernas, donde se encontró con los jugos, y sus talones. El coño y el culo de Elvira ya se abrían y se cerraban. Lo que nunca había hecho, lo comenzó a hacer, gemir. El brujo le quitó la venda y se vio reflejada de cuerpo entero en un gran espejo que había puesto delante de ella. Nunca se había visto tan bella. Su cuerpo brillaba cómo el oro. Por variar la dejó hablar.

-¿Con qué me cubrió? -le preguntó.

-Es polvo de oro lo que te cubre. Polvo de oro mezclado con crema hecha con manteca, rosas, jazmín y azahar, entre otras cosas.

La crema había secado con el calor que desprendía el fuego de la cocina. El brujo se puso detrás de Elvira y lamió desde la nunca hasta el coxis, abrió sus nalgas con las dos manos y lamió ente ellas varias veces con su gran lengua, después se incorporó, lamió la frente de Elvira, su nariz, sus orejas, su cuello, sus labios... Le metió la lengua en la boca y Elvira por vez primera supo cómo era un beso con lengua, después, poniendo sus manoplas sobre sus nalgas, le lamió las tetas, en las cuales fue haciendo círculos con su lengua de abajo a arriba hasta llegar a las areolas y después de hacer círculos sobre ellas las chupó, luego lamió su vientre, su ombligo, sus piernas y sus pies. Acto seguido pasó la lengua de abajo a arriba por el coño encharcado apretándola contra él. Elvira sintió algo así como un cosquilleo en los pies que fue subiendo por su cuerpo y luego. ¡Bummm! Algo explotó dentro de ella y recorrió su cuerpo un placer tan intenso que hizo que le temblaran las piernas y que las fuerzas le fallaran. El brujo la tuvo que coger en brazos, y en brazos la llevó hasta la cama y la puso encima de ella, donde siguió temblando y sacudiéndose. Había tenido su primer orgasmo. No era una mujer frígida.

Después de correrse y cubierta de oro se sentía cómo una diosa. Deseó ver que había debajo de aquella túnica y lo vio, el brujo quitó la túnica y vio un cuerpo atlético con una polla algo más grande y más gorda que la de su marido. Deseó que se la pusiera en los labios y se la puso. La cogió, la metió en la boca y después de unas cuantas mamadas y de lamidas de pelotas se la puso dura. Siempre había deseado subir encima de su marido, pero el "¿qué pensará de mí?", se lo impidiera. Deseó subir encima del brujo. El brujo se echó boca arriba sobre la cama y estiró los brazos invitándola a que lo cabalgara. Subió y se sintió importante, más importante de lo que jamás se había sentido. Le cogió la polla con la mano derecha, la llevó a su coño, la frotó entre los labios vaginales y después empujando con el culo la metió hasta el fondo.

Se quedó inmóvil y le fue transmitiendo con su pensamiento cómo quería que la follara, lento, a medio gas, aprisa... Cómo quería que le mamara las tetas, cómo quería que se las amasara... Con la fuerza que quería que le apretara los pezones y hasta se atrevió a decirle con el pensamiento que le acariciara el ojete con un dedo... El brujo hizo todo lo que ella deseaba, y haciéndolo le empapó los huevos con sus jugos. Elvira se volvió cada vez más osada. El brujo siguiendo sus pensamientos la cogió por la cintura, le quitó la polla y le llevó el coño a su boca. La lengua del brujo lamió y folló el coño hasta que Elvira, agarrada a los barrotes de hierro de la cabecera de la cama se corrió cómo una cerda, y digo cerda porque después de llenarle la boca con los jugos de su corrida deseó que le comiera el culo y que metiera su lengua en el ojete. El brujo lo hizo, lamió periné y ojete y lo folló.

Elvira se puso otra vez cómo una moto. Se preguntó que se sentiría si se la metiese en el culo. Sin quitar las manos de sus caderas, el brujo puso su polla en la entrada del ano, Elvira la cogió y empujó. Entró apretada, pero no tanto como para dolerle. Se volvió a quedar inmóvil y con el pensamiento le dijo cómo quería que le comiera las tetas y cómo quería que le follara el culo, despacito los cinco o seis primeros minutos y algo más rápido después. Pasado un tiempo, cuando sintió que se iba a correr deseó que le diera a oler la polla, que después se la metiera en la boca y que luego la besara y que a continuación se la metiera en el coño y que se corriera con ella.

El brujo sacó la polla del culo, se la pasó por las fosas nasales. Elvira la olió, luego la metió en la boca y la limpió a mamadas, después, el brujo, le dio un beso con lengua y acto seguido se la clavó en el coño... Al rato, sintiendo cómo la leche de la corrida del brujo llenaba su coño, desbordó cómo un río lo hace en la mar. Fue la mejor corrida, por larga, pues parecía interminable. Estirada sobre el brujo, con la polla dentro y su coño latiendo, deseó que le volviera a comer el coño anegado de leche y jugos. Tal y cómo deseaba, el brujo, se quitó de encima, metió sus barbas entre sus piernas y le comió el coño hasta que se corrió con tanta fuerza que sus gritos silenciaron el ruido de los truenos.

Al acabar, le dijo el brujo:

-Ya estás curada. Sal fuera y quita con la lluvia la capa brillante que te cubre.

Elvira salió y se lavó bajo la lluvia. Lavándose se sintió libre, libre y feliz cómo un pajarillo.

Al volver a entrar en la casa del brujo ya el espejo había desaparecido, en su lugar estaban sus ropas secas sobre una silla. Le dijo:

-Nada tienes que pagar, si acaso vuelve algún día para contarme cómo te va.

Sabiendo cómo sabía que el brujo lo veía y sabía todo, se dio cuenta de que le estaba diciendo que quería volver a follar con ella, lo que la llevó a pensar que no fuera ella la que le transmitía sus pensamientos en cada momento, fuera él quien la manejara a su antojo.

-Ya, ya, te manipulé, pero. ¿Volverás? -dijo de nuevo antes de que hablara.

-¿Para qué pregunta si ya sabes la respuesta?

Quique.

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